Dispositivos interconectados

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Hay una hiperexcitación en las redes, decir algo rápido y contundente, mostrarse activo online, la producción no necesita profundidad sino inmediatez quién quiere escribir largo y complejo si nadie está dispuesto a detenerse.

La inquietante fugacidad con que se lee los posteos se descartan rápidamente, el pensamiento es volátil, la reflexión dispersa, la crítica diletante ya no hay desarrollo. Todo es introducción y remate, que para un chiste está bien, pero para pensar y debatir no colabora, y encima las comunidades se homogeneizan, los algoritmos combaten la dialéctica. No podemos generar algo colectivo porque eso significaría reconocer las diferencias para encontrar las convergencias, entonces replicamos, denostamos, adherimos o golpeamos como pugilistas arrinconados y enceguecidos en un teatro cruel y superfluo, las identidades se pixelan pero el encuadre es el mismo.

Maratónicos tecladistas disparando ansiedades sin resolución, incursiones desesperadas en un sofisticado absurdo global, encadenados a dispositivos interconectados, adoramos la libertad de expresión, pero el pensamiento es cada vez más totalitario. Hacemos simulacros de resistencias para evitar el vacío de las existencias, declamamos revoluciones en las pantallas con el me gusta de las corporaciones, jugamos en el patio del amo, piedra libre gritamos, pero nadie encuentra la salida colectiva que orfandad de ideas, que desierto insensible. Todo se convierte en gesto virtualizado, en desconfianza disimulada, nadie es lo que postea, nadie sabe a dónde nos lleva, pero más vale subirse a la nave que quedarse meditando en la orilla. Preferimos naufragar sobre nuestros egos, que mirarnos desnudos de verdades en la intemperie del misterio vital, solos en un tiempo enloquecido y arrogante, arrojados a la historia y al sueño, reducidos a un suspiro en el silencio universal.