Los días de la peste

Pido perdón a economistas, políticos, funcionarios, informadores, científicos (algunos), industriales, narcotraficantes, estrellas de la televisión, millonarios del deporte, inversores, bancos, derechistas piliformes y calvos irredentos, prepotentes y advenedizos, por recordar que la pandemia se resiste a desaparecer, el mundo tiembla, el petróleo sigue decidiendo qué vamos a poder comer y si se podrá comer y se adultera la cocaína y algunos profetizan que vuelve Macri con los pendones en alto decidido a concluir su empresa de destrucción y un hombre acuchilla a su mujer, y muchas mujeres son acuchilladas, y la naturaleza clama por un perdón que el capitalismo no le concede, y la inteligencia se repliega, sus gritos resuenan en el desierto y muchos duermen en las calles y nosotros, nosotros…
¿Qué pasa si la pena tiene su origen en una desgracia de dimensión desmesurada, tan grande como la pandemia, incomprensible y no atribuida a ningún factor individual? Supongamos que cese, supongamos que hacemos la cuenta de todos los que cayeron mientras duró y nos dejaron solos y apenados ¿puedo esperar que la alegría regrese? Hablo de mí y registro la pena que me causa que todos ellos no estén más y, por el momento, no veo que apunte la alegría.
No es sólo eso, personal y temeroso, sino lo que está afuera y que ha hecho de esta experiencia de la peste algo raro y único, solapado, de un día a día estadístico y diría que casi aritmético, los tantos de ayer y los de hoy como limando la sensibilidad y, por lo tanto, dándole a la pena un carácter único pero, ciertamente, no creo que cuando concluya la pandemia aparecerá la alegría, tal como después de la ocupación nazi se manifestó en Francia o en Italia, las calles llenas de abrazos y besos.
No creo que esta experiencia –más de dos años mirando hacia arriba y a los costados-, no querida ni deseada, sin ver amigos, sin cercanía de ninguna clase, nos hayan enriquecido como sociedad: la prueba es la obstinación de ladrones y asesinos que siguen a sus anchas, la prueba es el despotismo del comercio y su avidez por sacarnos lo que se pueda de los bolsillos, y ni hablar de la dramaturgia política de esos personajes grotescos que pretenden que dicen algo porque denigran pero que suena a viejo y caduco. ¿Habrá afinado sus lanzas la imaginación? ¿Nos espera a la vuelta de la esquina ya no el virus sino la falta de imaginación? Me resisto a pensarlo.

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