En la lucha contra la criminalidad, en sus diferentes variantes. La sociedad se siente desprotegida amenazada y asustada, los delitos violentos se difunden como un virus en los medios y el miedo es la consecuencia natural, pero las recetas para contrarrestar esa enfermedad social sólo toman el síntoma y no el origen del mal.
La pobreza, la marginalidad, las escazas oportunidades para escapar de condiciones de existencia atroces, sobre todo para los más jóvenes, inducen a arriesgar la propia vida y despreciar las vidas de otros. Pero el Estado que tiene entre sus características la legitimidad del uso de la fuerza pública no puede caer en la trampa violenta, en la revancha social, en el escarnio sentimental apreciar la vida, valorar cada persona, cuidar y no dañar más. Sobre todo, a los más ninguneados en un sistema que ensancha y reproduce las desigualdades, es la tarea difícil pero necesaria.
Los discursos de odio agudizan los enfrentamientos, exasperan los antagonismos y proponen más violencia ante la violencia. Y así la espiral de la muerte crece, el miedo se hace rey en cada hogar y el mismo Estado en su combate se convierte en criminal, autoritario y violento
Esta historia ya la vimos, pero la amnesia colectiva insuflada por los medios del miedo nos coloca otra vez en la encrucijada de pensar proyectos de justicia social a largo plazo o adorar la bala, la venganza y el odio para darnos una sensación pasajera de alivio, que como siempre deviene en una repetida pesadilla atroz.