Prohibida queda cualquier idea de igualdad

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Era diciembre, la muerte se enseñoreaba en los despachos oficiales, llevaba una guadaña como bastón de mando, el hambre cotizaba en dólares, una tira de pan costaba un dedo y al que se quejaba le cortaban el pescuezo. La inmensa mayoría silente ofrecía sus cuerpos cansados en las plataformas de trabajo, contratos temporales sin seguro, ni cobertura social, ni vacaciones. Las redes eran panópticos para la persecución política, los datos georreferenciados, los posteos, el espionaje eran procesados por la policía digital y cada ciudadano tenía una valoración ideológica, rojo peligroso, amarillo en recuperación, verde adaptado.

Las grandes corporaciones se establecían en todo el territorio para extraer riquezas naturales, las cuencas hídricas se secaron o contaminaron y el agua blue cotizaba en criptomonedas, el mercado de órganos era un boom, los varones renunciaban a la paternidad y las mujeres convertidas en incubadoras ofrecían bebés como saldos.

Todo tenía precio, todo era vendible. Las ciudades se segmentaban en zonas, las de sacrificio, las de trabajo, las de comfort. Los pueblos deficitarios se subastaban en el extranjero, colgaban carteles de genocidas en la escuelas vigilando cualquier atisbo de insurgencia. Nada de hablar de sexo, nada de hablar del pasado. Los pocos estudiantes que podían comprar unas horas de aprendizaje aprendían a obedecer al dios mercado, y su doctrina rentable sagrada es la ganancia prohibida queda. Cualquier idea de igualdad a la libertad hay que comprarla, a la esclavitud te la regalan.