No hay que irse muy lejos de Argentina para descubrir que el racismo es una disposición todavía muy arraigada en el imaginario colectivo. De hecho, podríamos quedarnos acá, en nuestro país, y tratar de hacer un repaso por algunos episodios que comparten un trasfondo parecido con el caso de George Floyd. Esta suerte de excursión local permite identificar un denominador común: el accionar extremadamente violento de las fuerzas de seguridad del Estado que se dirige siempre a los mismos sectores de la sociedad; los pobres, los indígenas, los afrodescendientes. El direccionamiento de las fuerzas represivas hacia las mencionadas identidades y comunidades no es casualidad, sino que, por el contrario, está estrechamente relacionado con la visión etnocentrista de blancos-occidentales que heredamos, que parece que no se quita, y que hace que consideremos, incluso inconscientemente, que lo que es diferente a nosotros, cualquier manifestación de otredad, debe infundirnos miedo y preocupación, pero principalmente rechazo. Así, toda forma de diversidad en el más amplio de los sentidos queda trunca.
Partir de este esquema tiene que permitirnos reflexionar sobre la función esencial que deberían cumplir en este sentido los espacios e instituciones que habitamos cotidianamente, sean de la índole que sean, ya que suponen significantes que construimos entre todos todo el tiempo. Quiero decir, buscar la manera de encauzar los relatos y las prácticas entendiéndonos parte de ambos fenómenos desde la posición que nos compete.
La conversación que mantuvimos con Sandra Chagas, uruguaya afrodescendiente, militante disidente que actualmente reside en Buenos Aires, nos permite profundizar en este sentido cuando expresa que vivimos constantemente tratando de derribar un negacionismo de la negritud en la educación, lo mismo pasa con la salud y con (el sistema) judicial, las cárceles llenas de pobres y de personas negras o afroindígenas, y al referirse a la comunidad afro en Argentina, afirma que la mayoría de los afrodescendientes no saben de su identidad , en ese sentido y desde su lugar de militante asegura que vienen trabajando mucho con la identidad, particualrmente con la afrodescendencia, para saber de dónde vinieron los ancestros, hay una negación a la identidad.
Hay una negación a la identidad, como muchas veces hay una negación a abordar los procesos históricos de nuestras latitudes desde una perspectiva autóctona, un abordaje que de una vez por todas deje de hacer alusión a la negritud de forma tan banal como lo hace, por ejemplo, a través de un disfraz un 25 de mayo en muchas instituciones educativas, sea por costumbre, sea por falta de tiempo o insumos, e incluso por el miedo a ser juzgados o corridos de una posición de salvedad y comodidad. En tanto en cuanto sigamos respondiendo de manera pasiva desde lo profesional, episodios como el asesinato de Luis Espinoza en Tucumán, el avance de la violencia policial en los barrios como ocurrió en Chaco, y yéndonos un poco más lejos el caso George Floyd en Estados Unidos, van a seguir estando a la orden del día, circulando a la velocidad que impone el consumo visual en redes sociales.
No hace falta detallar los pormenores de estos eventos ya que las pruebas, los videos en tiempo real producidos en esas circunstancias por algún familiar o vecino, están circulando por todos los medios y redes sociales que se hacen eco de esta realidad desde hace días. Sí hace falta poner sobre la mesa, reitero, el nivel de racismo explícito y sobre todo implícito que rebalsa en nuestras sociedades. Hablamos de un racismo estructural e institucional, entendemos que el racismo está inserto en todos los estamentos que tienen que ver con las instituciones, los no-negros, no indígenas, no les sucede lo que les sucede a los negros. No les sucede lo que les sucede a los miembros del colectivo popular. En vez de pedirte un DNI, el policía indefectiblemente ya está reconociendo en vos a un delincuente, a una persona que está cometiendo un ilícito, continúa Chagas.
Otra esfera interesante para abordar el fenómeno del racismo estructural en nuestra sociedad es el lenguaje. En nuestra habla cotidiana ‘el negro’ sigue significando lo peligroso, lo oscuro, lo complicado, mientras que ‘lo blanco’, evoca la imagen de lo seguro, lo claro, lo simple. Sin ir más lejos, hablamos de “zonas blancas”, “trabajo en negro”, etc., exclusiones que se reflejan perfectamente en este ámbito y que demuestran hasta qué punto la construcción de occidente se alza sobre la victoria del blanco sobre el negro y sigue profundizando la diferencia de manera implícita, es decir, muchas veces, sin que nos demos cuenta, a través del lenguaje.
Muchas son las discusiones que el contexto actual hace que nos replantemos, profunda es también la angustia que experimentamos constantemente cuando nos saturamos de información y no sabemos cómo manipularla, cómo suministrarla, cómo compartirla, qué hacer con ella más allá del repudio sincronizado. En este sentido, el esquema de trabajo de todo medio que se pretenda de comunicación, comprometido con ciertos sectores, se choca muchas veces con una realidad que le impone rever sus lógicas de abordaje de ciertos temas, porque bien sabido es que muchas veces la consternación por un hecho dura lo mismo que la permanencia del mismo hecho en la pantalla, en la famosa agenda. Bien puede ser también esta una forma de racismo dilatada, muy fina, casi imperceptible, propia de los tiempos que corren.
Las máximas de Chagas durante la telefónica continúan haciendo eco porque estaba filmado el hecho, por eso se viralizó y se conoció lo de Floyd, de otro modo, quizás ni nos hubiésemos enterado: no puedo respirar, dijo Floyd. Hay odio racial ahí, implícitamente construido para definir al negro como delincuente sin lugar a dudas o sin interponer nada. Hay casos de gatillo fácil, jóvenes rugbiers que gritan ‘negro de mierda’ y que matan. Aquel que no es blanco, es un negro de mierda. Es lo que aflora, seas hombre o mujer.
Seguramente, de no haber sido filmado, no se hubiera viralizado como ocurrió y no nos hubiésemos enterado, como pasa con muchos casos de violencia institucional que no llegan a la gran pantalla, cuyos protagonistas, nuevamente, siempre son los mismos. En este sentido, las redes sociales, son un arma de doble filo, generan tanto activismo, como así también un consumo espectacular pasivo y angustiante, pero que de todos modos sirve para saber en dónde está parado une en ese momento, para saber cuáles son los privilegios de los que une goza y hasta incluso enumerarlos.